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¿Qué mano se atrevió a tomar el fuego?, me dijo William Blake mientras caminaba hacia los campos de Benagalbón en fiestas por un 2 de febrero de algún año que no recuerdo. 

Campos de silencio rodeaban y rodean este pueblo colgado de la página del tiempo. Abrevan por estas lindes del turista arcano las últimas cabras de los Montes y tiene el almendro en flor sed de mar y ganas de que lo atrapen mis pinceles. He llegado hasta esta fiesta del futuro desde mi amada Huerta del Ángel en la limítrofe Macharaviaya para conocer una vez más la fuerza del poema y la purificación de la luz.

¿Nadie me da lumbre para un cigarrillo? En el Colegio de la Candelaria siguen guardando un grato recuerdo mío y me consagran un rincón para exposiciones. Tengo que decir que es para mí un honor tal espacio pero que lo que de verdad sentiría que sería un capricho impagable es probar el magro con tomate que tanto alaban por los cinco continentes los que pasan por estos días de invierno por el restaurante de la plaza. 

¡Qué fiestas más auténticas! Desde que vivía en Carolina no recuerdo paisajes tan pintorescos de hombres y mujeres celebrando. ¿Podré encajarlos en alguna escena de mis cuadros? Me dicen que soy pop, y populares son estos seres dadivosos que me dicen que “más vale ver al lobo entre las ovejas que al sol el día de las candelas”. Y hay sol hoy, ¿será el efecto climático? Espero que todo haya ido bien en la aceituna. Ahora todavía huele a la almazara en recogida del último alpechín y todo se mezcla con el olor azucarado del aguardientillo que beben los de los verdiales, tan asiduos a esta fiesta. Qué daría yo por saborear un buñuelo y saber tocar los platillos.

En esta hondonada recuerdo el ritmo frenético del jazz que me dejé en Carolina y en San Francisco. Se empeñan los sueños por doquier en regalarme imágenes que no quiero que se me escapen, que debo apretar entre los dedos y pintar con la memoria. Llega Jesús desde su Presentación en el Templo ¿o es San José? Qué padre más admirable, aguantar aquello de putativo. Todos los padres debemos ser un poco humildes como él y qué bien llevado por las mujeres de Benagalbón. El futuro llegó aquí antes. El futuro fue el pasado.

Me sorprendo de la magia del momento cuando Simeón y Ana celebran las luces que llevarán a un nuevo pueblo nacido hace 2019 años tras un hombre que podría ser hijo de un albañil de la burbuja inmobiliaria explotada de hoy. Peladillas y cacahuetes caen sobre la novia que ya es madre. Mira qué Virgen con más garbo. Siempre he preferido estas imágenes menos dolorosas que las de Semana Santa. Si tuviera que pintar una las pintaría con la cara de Ella Fitzgerald.

Se agolpan cuadros y más cuadros a los que echarles mano con la mirada. Por aquella cuesta suben dos novios que quizá vayan a los olivarillos, a los almendros que se ven a los lejos del cementerio. Lorca tendría en esta Axarquía mucho que escribir entre tanta casa encalada y tanta pasión relegada a la oscuridad de la noche.

¿¡Pero es que nadie tiene lumbre para ayudar a este pobre ciego que viene desde el más allá para hartarse de colores y olores de madera ardiendo en los días en que brama el mar!? Bueno, he tenido suerte, un buen samaritano me ha dejado acercarme a la candela que todavía prende en este pedacito de tierra sembrado de aguacates.

Escucho de fondo la canción: Sé de un lugar, sé de un lugar, para ti, abre tu corazón. Que hoy vengo a buscarte amor. Te llevaré a un lugar donde broten las flores amor y suenen los platillos, el pandero y los violines. Es Triana. Han venido a tocar para recordarme aquellas verbenas, aquellos felices años en los que me quedé colgado de la cercanía del mar y de los paisajes dóciles, suaves y a la vez indómitos que se asoman a esta manta de azules que es el Mediterráneo en calma.

Voy a soñar con que puedo consagrarme al fuego, que puedo tocar la llama y no quemarme, voy a seguir bebiendo junto a estos lugareños y escuchando a la Diana Floreada cuando llegue el sol porque los que quisimos pintar desde niños tenemos las pupilas llenas de amaneceres.

Mira por ahí viene el pregonero. Tiene la voz herida de tanto alabar. Y vienen los coches en procesión desde Moclinejo o Torre de Benagalbón. Son días azul marino con un verde botella que sabe a sardina, a dulce de convento, a mangas verdes, a suelo de margaritas silvestres. A sueños que tienen que cumplirse por fuerza si los tiramos a la candela y la Virgen nos bendice.

Qué buena idea esta de volver a pasearme desde mi más allá por Benagalbón en fiestas.

Francis Marmol

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